Unidad 25 también es
un documental, en este caso sobre la transformación religiosa de un joven detenido en el penal de Olmos. El film de Alejo Hoijman apela a un recurso que se utiliza cada vez más que es el de ficcionalizar la realidad narrada. Lo que se muestra es la vida real pero acá no hay preguntas ni miradas a la cámara ni voces en off, el relato se cuenta como si el lente fuera un intruso invisible de ese mundo hostil.
En
esta realidad que parece ficción porque hay un comienzo, un nudo y un desenlace, se tejen diálogos más verosímiles que cualquier guión ficticio y tan emotivos como la vida misma.
El documental se mete en la vida de un recluso desde que entra al penal religioso, donde
la violencia es reemplazada por una ferviente devoción a dios porque creer en una religión es lo único que les queda a esas personas que ya no tienen nada que perder.
Los excluidos del sistema tienen dos alternativas: o
convertirse en evangelistas y repetir un vacío discurso religioso o terminar en otra cárcel donde reina el maltrato, la humillación y la falta de reglas. Los presos no tienen mucho para pensar antes de hacer su elección: prefieren convertirse en corderos y no en lobos salvajes expuestos a los peligros más atroces.
La repetición de esos cánticos religiosos reflejan ese ambiente de monotonía que termina convenciendo a los presos. Y al parecer funciona, porque según el índice de reincidencia, de los que salen de la
Unidad 25, menos del 5 por ciento regresa.