No es un concurso de monólogos pero era lo que me pareció más adecuado para esta entrada.
Comentabamos cuando dejamos la lectura "En el bosque" que si alguien quería compartir algún monólogo para que algunos de los miembros de librosgratis lo leyera estabamos abiertos a su sugerencia.
Susana comparte, con el aval de sus autores, los siguientes monólogos, uno para una voz femenina, otro para una masculina presionando en los enlaces siguientes encontrará la carpeta 4shared desde donde podrá descargar ambos textos:
- "Dame, mi amor, la eternidad" Autora: Paula Irupe Salmoiraghi
Es n monólogo femenino. Tiene la conjugación propia argentina, por lo cual es recomendable, sugiero, que lo lea una dama del lugar. (de la Argentina)
- "Ése que me mira" Autor Rolcón
También es un monólogo, pero masculino. Y también está conjugado en la forma argentina. - Al final de esta entrada, de esta página, están los dos monólogos (por si la carpeta 4shared no está funcionando bien).
También en su momento Big Yuyo y Saúl compartieron dos lecturas de monólogos de Fontanarrosa:
Título: DAME, MI AMOR, LA ETERNIDAD Autor: Paula Irupé Salmoiraghi Resumen: Ella sabe lo que quiere y dedicará su tiempo y creatividad para seducir a quien puede dárselo. Reconocí el lugar fácilmente. Todos hablaban de lo mismo; el ataque a medianoche en medio del parque, la mujer borracha sentada en el banco de madera, el cadáver encontrado con marcas en el cuello, la repetición de todas las leyendas: las nuevas, las viejas, las verdaderas, las falsas, las llenas de miedo, de repulsión, de erotismo. Me gustan las que dicen que el vampiro elige alimento por un lado y compañía por otro, que las mordidas y los abrazos no son iguales, que el futuro de unas víctimas y de otras es totalmente opuesto: morir desangradas unas, vivir eternamente otras. ¿Cuándo empecé a desear sus labios en mi cuello, su brazo torciéndome la cintura, empujándome levemente hacia atrás para recostarse sobre mi corpiño? No lo sé. El deseo de mujer se me confunde con la fantasía infantil y lo imagino acunándome para beber toda la sangre que corre por mis venas, darme una gota de la suya y, en el mismo acto, la necesidad de beber la de otros. Yo quiero sentir que la vida, esta vieja y conocida vida me abandona, se va de mí como si se deslizara por una cornisa, sentir la muerte empalideciéndome y reclamándome luz de luna y aullidos de placer, sentir mi cuerpo vacío y mi alma debatiéndose en una decisión que mi mente ha tomado hace mucho tiempo. Y luego la inmortalidad, saber que entrará en mí por su boca, que se fijará a mi cuerpo renacido cada noche a través de su abrazo, que me será dado el tiempo eterno para hacer con él lo que quiera. ¿Que ya no correría bajo el sol ni comería hamburguesas? ¿Que nunca tendría hijos y se me perseguiría como a un monstruo? ¡Qué me importa! Muchas soportamos éstas y otras privaciones sin ningún premio a cambio. No tengo nada que perder y la inmortalidad me atrae tanto como sus labios fríos y carnosos. Tanto como su cuerpo cubierto de cicatrices y de historias, tanto como la firmeza de los músculos de sus brazos, de su pecho, de su espalda. Lo he visto, sí que lo he visto. Él viene apenas me acuesto y finge creer que estoy dormida mientras yo finjo no saber que él me mira. Es un juego muy interesante: puedo temblar levemente, como si tuviese frío, como si imaginase que su piel no puede calentarme, que sus siglos de oscuridad en oscuridad han hecho de él un monstruo lleno de maldad y lujuria. Puedo gemir como si deseara que, en ese mismo momento, él atravesase los ventanales y me cubriera con su cuerpo pesado y caliente. Me enloquece su cuerpo que viene de tumbas y ataúdes y cementerios y criptas donde no ha habido para él cuerpos como el mío. Él puede arañar levemente los cristales (marcas que buscaré durante la mañana siguiente para lamer como si estuviera poseída) y desearme hasta que le duela, hasta que la amenaza del amanecer le haga prometerse tomarme la noche siguiente sin demora. Pero, ¿cuántas noches, cuántas horas oscuras y temblorosas llevamos ya de mis roces contra las sábanas, de mis deslizamientos con fingida inocencia para enseñarle un hombro, una pierna, media espalda; cuántos eternos momentos de su aliento tras las cortinas y su jadeo entremezclado con mis propios sueños y proyectos, pensados, creados, imaginados en la duermevela? Sé que dejar a la borracha sobre el banco donde suelo sentarme es su manera de llamarme. Sabe que no soporto pensar que la ha chupado a ella, que quizás la ha lamido, que le ha metido la mano bajo la ropa, le ha calentado las piernas o desgarrado la blusa como no hace conmigo. Sabe que lo odio por mirarme y no venir, por alimentarse de ella cuando me desea a mí, sabe que vendré aquí, que lo estoy esperando igual de caliente que en mi cama, igual de decidida a fingir frialdad hasta que me jure darme lo que quiero de él. Y vendrá, ya verán, vendrá por esa calle, caminando lentamente, golpeando con ritmo y parsimonia sus tacones contra el asfalto. Se pasará la mano por el pelo y se demorará bajo aquel farol pálido. A él también le gusta que lo mire, sabe que amo imaginar cada parte de su cuerpo y de su cara, enumerar con meticulosidad y detalle todo lo que puede hacer conmigo, lo que puedo hacer yo montada sobre él, lo que podremos hacer juntos cuando la eternidad sea toda nuestra y busquemos siempre oscuridades y ya no haya día que nos separe, ni vidrio, ni sábana, ni cortina, ni banco de plaza, ni tiempo, ni simples mortales. Ya siento su perfume avanzando hacia mí, volando a mi alrededor, y el ulular de su voz que me hipnotiza desde lejos, que me promete hacerlo sin dolor, abrazarme fuerte mientras paso de la vida a su vida, mientras disfruto de ser su elegida, de aceptarle su juramento de fidelidad eterna con la seguridad de que es verdad, de que él sí sabe de lo que habla, de que él sí me dará algo eterno y renovado, renacido cada noche, vuelto a empezar y lleno de lo nuevo y de lo viejo, lleno de la desesperación del novato y de la sabiduría de su alma centenaria. Es mi turno de ofrecer: he ensayado esta escena tantas veces, con tantos atuendos diferentes, sentada, parada o acostada frente al espejo de mi cuarto. Me he mirado a mí misma serpentear y sacudirme como si él estuviese allí, invisible, incapaz de aparecer dentro de mi espejo pero perceptible por el tacto, por el olfato, por el sabor, por el leve susurro en mi oído. He planeado tantas veces qué prenda me quitaría primero y cuál después, he empezado por arrojar lejos el pañuelo que me cubre el cuello o me he quitado todo hasta caminar desnuda y descubrir a último momento el lugar para su boca. No sé qué haré ahora que es mi escena definitiva, pero sé que él ha imaginado conmigo todas las posibilidades y las ha disfrutado todas y ha registrado en la memoria de su cuerpo cada gesto mío: cada vez que pasé mi lengua por el borde del pañuelo, cada vez que oculté y destapé mi ombligo con el botón de mi pantalón desprendido, cada vez que cerré los ojos y deslicé los breteles de mi corpiño hasta la mitad del brazo, cada vez que volví a cubrirme y volví a empezar con mayor y más entusiasmada creatividad. Allí, allí, allí. Sí ...allí, mi amor, allí estás. Sabía que no podías fallarme. Vení, vení. Vení muy despacio. Tenemos todo el tiempo del mundo, mi amor. Vos y yo siempre conseguimos lo que deseamos.
Título: ÉSE QUE ME MIRA Autor: Rolcon Resumen: Una mirada fija sobre nosotros puede ser fuente de muchas dudas e inquietudes. Aunque tal vez no sea una mirada fija, aunque tal vez ése que creemos que nos está mirando, en realidad sólo esté mirándonos porque lo estamos mirando mirarnos. ¿O será al revés?
Al ver, verás
Me mira, no sé por qué. Me mira fijo, no sé por qué. Y encima tan fijo. Como siempre, me salta el temor al ridículo y me veo de nuevo de arriba a abajo. Todo bien, en su lugar, nada desentona; particularmente hoy, que logré al fin acicalarme como ellos quieren. Aunque mirándolo bien, el único que me mira es ése, los otros no; como siempre, siguen y siguen pero no me miran. Pero, ¿es bueno o es malo? ¿Es bueno que no me mire nadie, salvo ése, o es malo? Que siempre pasa lo mismo, si me escuchan, si no me escuchan; y tendría que ver si me oyen, ¿o escuchar si me oyen o al revés? Por suerte parece que no piensa. ¡Bah! Si ése me mira, es que no piensa. ¿Quién que piense me miraría? Distinto es cuando me escuchan, ahí sí tienen que pensar pero, como cuando hablo yo, no pienso, ¿qué importa si piensan cuando hablo o hablan cuando pienso? Y ése que me mira, ¿qué me mira? ¿Por qué me mira? ¿Para qué me mira? ¿Cómo me mira? (Y, de paso, mirá como me mira.) ¿Cuándo me mira? ¿Y si ése no me mira? Otro misterio por resolver. Pero mejor que no lo intente resolver, ¿o sí? En realidad no tanto, al fin y al cabo ése que me mira no me mira mucho; de a ratitos nada más, como haciéndose el que no me mira. Pero ése sabe que yo sé que me mira. Y que yo lo miro. Mirá vos, me vengo a dar cuenta que ése me mira porque yo lo miro, pero si yo lo miro a ése es porque ése me mira, y acá no hay tu tía, no hay huevo o gallina (que vivan los huevos de gallina aunque no sean puestos por gallinas). Pero acá no, el huevo fue ése que me mira, y yo lo miro porque ése me miró primero y, cuando vi que me miró, yo entré a mirar a ése. Y ni siquiera un maldito espejo para mirarlo a ése como me mira pero sin que ése vea que miro que me mira. ¿Y si voy y le digo que por qué me mira? Pero, ¿cómo le digo a ése que me mira que me mira? "Oiga, señor ése, ¿por qué me mira?" Y seguramente ése me contestará de la misma manera que le contestaría a una señora que toquetea: "¿Qué le pasa, don, qué le pasa? ¿Por qué iba a mirarlo? ¿Querés pelea, querés?" Y yo, encima, voy a tartamudear y tartajear, justo delante de ése y hablándole a ése que me mira, pidiéndole estúpidas y cobardes disculpas. Es demasiado por hoy. Miro para otro lado y que ése que me mira mire a otro, o a mi espalda, si le gusta. ¿Y si a ése que me mira no le gusta mirar mi espalda?
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