¿Quiénes? ¿Cuándo? ¿Dónde?
por Graciela Holfeltz
Santiago Klein se despertó súbitamente. Dato que no sería curioso sino fuera porque Santiago Klein tiene una rutina austeramente delineada para todos los minutos de los días que le restan de su vida. A ver, se pregunta: ¿soñamos? Típico el uso del plural en este Licenciado en Filosofía que se dedica a traducir cuanto escrito merezca ser traducido y sobrevuele el tocador de Angelita, el escritorio del abuelo Yago, las alfombras persas que compró en el Once, la biblioteca Tudor y llegue -Ruta Domínguez, mediante- a sus expertas manos de cazador de sentidos y despanzurrador de metáforas. El plural, además, lo ayuda a no sentirse tan solo, comprometiendo en aciertos y errores a sus molestos ángeles tutelares que azuzan su bizarría mental para encontrar el término justo, la respiración de un texto acorde a lo que él, Santiago Klein, pretende hacerle decir a un autor. ¿Soñamos?, repite. No, no soñamos. Ni una imagen, ni un recuerdo que lo haya apesadumbrado durante la noche. Miró el reloj. Un Longines de viaje. Cuadrante de porcelana, tapita-soporte en ochava, ánfora horizontal. Un leve movimiento, señores y plac, sándwich de oro blanco y cuero, con tiempo infalible y segundero lunar tanto para la cartera de la dama como el bolsillo del caballero. ¿Y entonces? ¿Por qué nos despertamos como nos despertamos? Vaya uno a saber. Mejor no pensar tanto y darse una ducha. El pensar roba el mirar, parafrasea Santiago a Juarroz y enfila hacia el baño como todas las mañanas desde que Angelita. Bruscamente tiembla, el rostro tirante, las piernas que dudan. Y los dedos de la mano, ay. ¿Qué nos pasa, vamos? ¿Qué nos está pasando? Santiago mira la puerta del baño y ve una cosa inquietante. Ve a Magritte en marrón quebrado y el hoyo, la silueta oscura recortada en la horrible puerta, como invitando al infierno. Nos cayó mal la cerveza, no tenemos que tomar cerveza y mucho menos de noche, piensa Santiago y se dice: avanti. El Ruta Domínguez llegará en cualquier momento, si es que larga alguna vez la calle y se dispone a trabajar como quedamos. Ruta tramposo. Con el cuento de entregar los diarios me deja todo el balurdo. Y yo solo no puedo, es mucha responsabilidad. Más con este autor endemoniado y casi oculto. Para nosotros al menos, se martiriza Santiago… Gilles Deleuze ¿Quién te conoce? Logiques du Sens–1969. Me las vas a pagar, Ruta, me traés cada incongruencia. Oia, esto es una incongruencia –se dice- el baño que estoy mirando, porque no es el baño que conozco, paremos. Santiago se para a mirar. En este lugar la cortina tiene mariposas, en el suyo veleros. La ventana tiene persiana de chapa, la suya es de roble. El espejo está a la derecha, el de él a la izquierda. Y el inodoro, buéh, el inodoro podría ser el mismo en ambos lados. ¿Ambos lados? Santiago siente un espasmo pero, esta vez, más continuado que le entumece el pecho. Se dobla como una ménsula y percibe –entre el susto y el dolor- que ha quedado frente a un espejo que atrasa. O sea, que lo muestra a él cuando tenía treinta años. O sea, que se ve joven y perfecto como cuando Angelita. O sea, que estamos diciendo pavadas. Angelita se fue hace mucho tiempo. Y ningún espejo puede atrasar, ningún ser humano puede verse con diez años menos y ningún baño puede metamorfosearse en esta letrina infecta, porque yo, Santiago Klein, vivo decentemente y estoy esperando al Ruta para que me ayude con ese Deleuze. Otra contracción. Por eso manotea el toallero heredado de su madre. Y así como ya no hay madre –cosa habitualmente creíble- tampoco hay toallero para sostenerse –cosa extremadamente improbable- O impensada, o mendaz como haber caído de boca en esa porquería de suelo que no es el suelo de su baño, porque en su baño hay mosaico italiano y aquí hay tierra apestada de aguas servidas, papeles usados y olor a mierda. Santiago se pone de pie. Sacude la cabeza como una maraca, como un frasco de arroz. El Ruta va a llegar dentro de poco y no nos puede ver así, exasperados por lo del baño y un ruido insólito que se filtra del estudio, donde está el escritorio del abuelo Yago y ese intrincado ensayo Logique du Sens-1969. Dejemos el baño para otro momento. Una buena taza de café a la turca (especialidad de Santiago, según El Ruta y Facundito) y abrir la ventana como todos los días. Ahora que lo mencionamos, Facundito hace una semana que no viene. Y eso que le dijimos que era urgente. No hay caso, los pibes están en cualquier cosa. Tienen la cabeza en las bikinis de la revista Gente. Ay, con la juventud. Incumplidores, impuntuales y atolondrados. Pero le gusta nuestro café turco, Santiago, como las minas de muslos fuertes al Ruta, que ya está empezando a preocuparnos por su tardanza. Santiago va a la cocina con la mejor buena fe, intención que la buena fe no parece devolverle porque, antes de doblarse otra vez como un alambre, ve con miedo –ya empezando a tener en verdad miedo- que la cocina no tiene ninguna cocina, salvo una hornalla a garrafa, y mucho menos una cafetera para hacer café; ni turco, ni irlandés ni café a secas. Calmémonos. Nada ha cambiado, nada. Ideas súbitas que asaltan nuestro humor un poco umbrío por un año más sin Angelita, cuando Angelita nos dejó solos por lo del canario. “No quiero aquí pájaros encerrados” dijo. Y abrió la jaula, lo dejó ir. Pesado y con dudas, caminando se fue. Los canarios no son de exteriores, discutieron a muerte. Pero no hubo caso. Angelita y su inútil sentido de la libertad. El dolor le atenaza el tórax, no puede respirar. Ruta, Ruta, para cuándo, mirá si es un infarto, la culpa que te va a quedar. Pero la cocina, el baño. Mejor vamos al estudio, Santiago Klein… El escritorio del abuelo Yago estaba. Igualito a sí mismo, sin cambios aparentes. Al fin, al fin, cantamos. Ningún fin, ninguno, porque de la biblioteca Tudor ni noticias. ¿Y mis libros, mis colecciones y mis enciclopedias? pensó Santiago algo repuesto del ataque que había aflojado, cierto, pero que por alguna razón irrazonable, esperaba nuevamente en cualquier sitio. ¿Dónde está la biblioteca con nuestros volúmenes y nuestros diccionarios? Y ese ruido insólito que brota de un rincón oscuro, ese dolor que estalla en su cabeza y en su vientre. El Ruta se entretuvo repartiendo diarios, piensa. A Facundito ya lo daba por perdido. Es inútil, va a tener que ir él mismo a la Biblioteca Nacional. Dos pavadas le pidió, ni un llamado, caramba. El dolor se agranda… se agranda... ¿Qué pasa en ese rincón? Nada, nada pasa. Está oscuro debido a la cortina. Y detrás de la cortina está el balcón terraza. Con los ficus y los potus. Cierto que era el rincón preferido de Angelita. Y para colmo la cortina la hizo ella. Lo mejor va a ser abrirla y que entre aire, que la casa respire. Como Santiago, que precisa respirar, será posible, alivianarse de un dolor incomprensible como todo esto, la biblioteca Tudor, el piso del baño, la cafetera. Y el Ruta, maldito Ruta. Suena el teléfono. Su teléfono de baquelita negra, ring. Otra herencia de mamá y no me jodas Facundito con cambiarlo, ring, a mí dejame de plásticos mantequitas, ring. Santiago no atiende. La puntada se le expande al brazo izquierdo y no piensa mover un músculo más. Aclarémonos, estoy en casa. Tenemos trabajo y radio para amenizar. Es un día cualquiera, como tantos días desde que Angelita. El Ruta estará estacionando el Citroën y Facundito sino llega hoy, llega mañana. Punto y aparte. Calla el teléfono. Santiago gira en redondo con la responsable idea de ponerse a trabajar. Trabajemos que se pasa todo: el tiempo, el dolor, el ruido (ese estúpido ruido) y ya el Ruta contándonos sus heroicidades. El pensar roba el mirar cita Santiago a Juarroz, nada de dispersarnos. Radio, música sacra, justo lo que me hacía falta y se dobla, se cae al piso del estudio pero no a la alfombra persa comprada en el Once, ring, ningún libro de consulta pero sí Gilles Deleuze en el escritorio del abuelo Yago, ring. Tenemos que pararnos, tenemos que traducir Logique du Sens-1969, ring, miremos el escrito, es un día como tantos, el calendario el calendario, ring… correr las cortinas, asomarse duro de dolor al balcón terraza, el escrito que de pronto chorrea tinta, ring, tinta roja como el tango paredón tinta roja y el Ruta, ring, Santiago aferrado al balcón, doblándose en el balcón y en la radio no más música sacra, ring, en la radio ese estúpido ruido, ring, esas malditas palabras comunicado número uno, ring, y el calendario es un 24 de marzo, ring, y Santiago cayendo a la nada, ring, y el año es 1976, ring, ring, ring…
Graciela Holfeltz
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